Otra de las cosas que me pierdo al estar en el paro es la famosa y codiciada cesta de Navidad.
Ese momento que todo empleado espera como si fuese el racionamiento en tiempos de guerra.
Incluso había jefes que no paraban de preguntar cuando se repartían las cestas (con lo que ganaban ellos me compraba yo 50 cestas y no daba la brasa, que parecían muertos de hambre).
Las cestas eran todas iguales, y venían en una caja cerrada así que cuando teníamos que pasar a recogerlas, más de uno se ponía a calibrar el peso de las cajas para ver cual tenía el jamón más gordo.
Si es que cuando algo es gratis algunos parece que no comen nunca.
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