Yo siempre quise ser maruja ... o eso pensaba.
Tenía un buen trabajo que además me gustaba. Vivía en una gran ciudad donde podía hacer muchísimas cosas. Viajaba. Iba a restaurantes de moda. Me compraba trapitos y caprichos varios. Y como diría el dicho "sólo me faltaba sarna que rascar".
Pensaba que estaba bien valorada en el trabajo, que mi jefe estaba encantado con que fuese una especie de esclava tercermundista que trabajaba de sol a sol con una sonrisa permanente que ni el chino de "El Buda Gordo" y la Pantoja "dientes, dientes" juntos. Porque yo vivía en la oficina y sin darme cuenta era una workaholica perdida.
Pero un día todo cambia. Harta de estar en casa después de la baja por maternidad esperas como el agua de mayo volver a la acción y cuando estás a punto de incorporarte te dan un destino a La Patagonia y te quedas con un palmo de narices en casa, sin trabajo y el mundo se te cae encima.
Pero un día todo cambia. Harta de estar en casa después de la baja por maternidad esperas como el agua de mayo volver a la acción y cuando estás a punto de incorporarte te dan un destino a La Patagonia y te quedas con un palmo de narices en casa, sin trabajo y el mundo se te cae encima.
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