martes, 9 de septiembre de 2014

EL VESTIDO (EN MAYÚSCULAS)


Desde mi más tierna infancia tuve que claro que me iba a casar "como Dios manda", o sea, bodorrio por la iglesia, con un vestido que ni Sissi Emperatriz .

Lo tenía todo planeado: iglesia, convite, fotógrafo, floristería y decoración floral...sólo me faltaba un PEQUEÑO DETALLE...encontrar novio.

Cuando una amiga se casaba, me llevaba de estilista para elegir el vestido y yo era como un niño en una pastelería ¡me gustaban todos! (pero para mí).

Así un día llegó el grandioso momento de elegir mi propio vestido.

He tenido una vida a veces "rara", otras "peculiar", así que el momento de elegir mi vestido de novia no iba a ser "normal".

No fui como las que salen en los programas americanos de la tele, acompañada por mi madre, mi suegra, mi tía Flori, mi vecina Paqui, mis mejores amigas, esa amiga tiñosa que te asesora para ir hecha una mamarracha (que siempre la hay), mis primas....ni me probé dos mil vestidos haciendo el paseillo delante de ellas, mientras me juzgaban el modelete y el pandero como si yo no estuviese allí (ese momento del programa me vuelve loca).



 

Yo fui sola y sólo me probé UN vestido: EL VESTIDO.

Al principio me sentía violenta de ver la cara de pena que ponían al verme sola todas las dependientas cuando les decía que NO quería un vestido de ceremonia, sino DE NOVIA, pero después de recorrer dos mil tiendas (o más) mi cara era ya de cabreo.

El año en que me casé todos los diseñadores de pusieron de acuerdo con algún conjuro maléfico para poner de moda los vestidos que marcasen las curvas en plan jarrón, que en mi caso sería más bien "Venus de bulto redondo" (mira que iba a estar yo buena en la Prehistoria).


Estaba desesperada.  Se acercaba el tiempo límite para elegir vestido y no veía nada que me gustase así que iba a las tiendas y por más que me insistían no quería probarme ningún vestido porque si no me entra por el ojo a la primera, no me van a convencer por mucho que me quieran vender la moto (soy de ir a piñón fijo).

Un día me hablaron de una tienda que era "o allí, o en ningún lado" pero avisándome de que la dueña me perdonaba la vida sólo por entrar (previa petición de cita porque allí se atendía de una en una y sin cita, ni te abrían la puerta).  No sabía muy bien si iba a mirar vestidos de novia o a jugar una partida ilegal de póker.

El caso es que la dueña de la tienda/secta me dio un par de catálogos para mirar.  Tenía vestidos preciosos y muy originales pero una sabe el cuerpo que tiene, con sus limitaciones, y lo que le queda bien, y aquellos no eran para mí.

Como me vio con cara de "no veo nada" y encima iba sola, se me acercó con mucho remango, me cerró el catálogo que tenía a medio mirar con un zarpazo que hasta me dio miedo y me dijo: "A ver, ¿qué buscas exactamente?" (Buena pregunta que nadie me había hecho).

Y se lo dije porque lo tenía claro.

Entonces me contestó: "pues así sólo tengo UN vestido".

Y me sacó aquel vestido que había visto en el Vogue Novias, que me impactó y me echó para atrás a la vez porque pensé que era.... era....¡¡era mi vestido!! ¡¡cómo ganaba en vivo y en directo!!.

Sólo me probé ese vestido y lo encargué.

Luego me di cuenta de que tal vez debería llamar a mi madre para que viniese a verlo.  Lo vio, le gustó también a ella y no le dije a nadie como era el vestido, ni a mis mejores amigas, hasta que no lo viesen el día de la boda.

Así que como son unas cachondas montaron una porra donde iba ganando el "palabra de honor, poca cola y con mantilla" (no dieron ni una).  Sólo acertó mi mejor amiga que dijo que no sabía como iba a ser pero iba a ser "diferente".

En fin, que me río yo de la moda que han sacado hace poco las famosas de "Jolibuz" de casarse de rosa porque hace 9 años yo ya me casé de blanco y rosa....y es más, mi madre, en 1969 se casó de blanco y rosa, así que al final la innovadora es mi madre.

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